Bipolares
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Alberto Etchegaray
Política y fútbol. Dos materias en las que todos los chilenos nos sentimos expertos gobernantes o perfectos entrenadores. Las dos dicen tanto de la idiosincrasia nacional. Partamos por el segundo caso porque no es fácil soslayar la fiebre mundialera. A los que nos gusta el fútbol este mes de partidos diarios es un regalo insuperable, con la consideración que el regalo llega solo cada cuatro años así que la ansiedad por vivirlo es enorme, más todavía si juega la selección chilena.
Son esas mismas ansiedades las que nos juegan una mala pasada cuando vivimos el Mundial como hinchas, generándonos la consabida bipolaridad futbolera nacional: llevábamos 20 minutos del partido con Australia y ya creíamos que la selección era candidata al título, y bastaron los restantes 70 para creer que nuestro equipo no tiene posibilidad alguna con España u Holanda. Una bipolaridad que se ve acrecentada por la poco auspiciosa estadística de Chile en estos eventos. Así, es esperable que por este mes siga reinando el desequilibrio emocional mundialero.
Que la bipolaridad ocurra en un deporte no tiene más consecuencia que la frustración o alegría momentánea de los fanáticos del fútbol. Pero sí tiene derivadas distintas cuando existe bipolaridad en el tono y en el fondo de las discusiones de importantes reformas públicas que incidirán en el desarrollo y bienestar de los chilenos.
Miremos por ejemplo lo que ha ocurrido con respecto a la discusión de la reforma tributaria, propuesta que tiene la intención de recaudar 3 puntos del PIB para financiar, entre otras cosas, la reforma educacional. Su presentación significó una avalancha de comentarios negativos del mundo empresarial. Estuvieron las opiniones técnicamente fundadas que mostraban las dificultades operacionales de la renta atribuida y los efectos negativos que trae aparejado el desincentivo al ahorro. Pero también existieron algunas voces gremiales que señalaron que ante cualquier reforma tributaria las empresas chilenas terminarían con sus inversiones en el país, una demostración de que se venía una discusión política difícil, que a ratos ha demostrado altos grados de agresividad.
Lo sorprendentemente bipolar es que la discusión ha estado centrada en los mecanismos de recaudación y en el tono de quienes han comentado la reforma, jamás en el objetivo recaudatorio de 3 puntos del PIB, el genuino corazón del proyecto. Digo sorprendente porque la experiencia internacional demuestra que en otras reformas tributarias lo difícil fue justamente ponerse de acuerdo en el objetivo.
La bipolaridad discursiva se evidencia también en cómo se ha venido desarrollando la discusión tributaria en el Congreso. En la Cámara de Diputados estuvo marcada por un interés del gobierno en buscar aprobar con urgencia el proyecto, sin dar espacio a analizar en detalle los efectos de la reforma en la economía. El ambiente político y el empresarial se crispó, el respaldo ciudadano a la reforma bajó y eso llevó a que se adoptara una nueva estrategia del gobierno en el Senado, donde sí se ha dado ahora espacio para discutir opciones de mejora del proyecto. Una lástima que no se hubiera optado por esa estrategia desde el principio, favoreciendo un acuerdo de largo plazo en una materia tan sensible. Una lástima también que gobierno, políticos y mundo empresarial no cuidaran el tono del debate.
La bipolaridad discursiva en las reformas de políticas públicas es peligrosa para la sociedad porque fomenta la polarización ciudadana. Aprovechándome de la fiebre mundialera diría que al debate público de hoy le sobran Mourinhos y le faltan Pellegrinis.